¿Qué le digo por el 8M a la Iglesia? (VIII)
La cuestión de la mujer sigue siendo el “signo de los tiempos” más candente. Reconocer la dignidad de cada mujer y dejarla tomar su lugar en las comunidades cristianas, es decisivo para la existencia y la influencia de la Iglesia Católica en la sociedad actual. Ha llegado el día de la mujer, y el momento de darles a las mujeres el acceso a todos los ámbitos y responsabilidades abiertos en la Iglesia para los varones. Si como hija de Dios, la mujer tiene vocación de ser sacerdotisa, profetisa y reina desde el bautismo, no hay por qué plantearlo en una discusión de derechos y deberes; se trata de estrenarlo.
De joven he conocido muchos sacerdotes alemanes que se pusieron al servicio del pueblo de Dios, promocionando a las mujeres y abriendo espacios para tanta gracia y tanto don. Esto tan positivo me motivó a estudiar teología en la universidad alemana de Münster. Allí escuché al teólogo Johann Baptist Metz en los años ochenta, y desde entonces estoy convencida de que hacer memoria de Jesucristo resulta peligroso, porque la verdad sobre la inclusión e igualdad de todos los seres humanos, cuando se le opone resistencia, sigue empujando al cambio.
Porque la “gracia” que la Iglesia tiene es real y dinamiza a personas concretas comprometidas con esta causa. Son biografías que hablan de los dolores de parto sufridos por insistir que la Iglesia deje a las mujeres tomar el lugar que les corresponde. Tienen rostro. Conocí al sacerdote mallorquín Jaime Bonet (1926-2017), que fue un vanguardista. Empujaba a mujeres a inscribirse en los años sesenta en las facultades de teología, a tomar la docencia del Tratado de Dios, mucho tiempo reservado para catedráticos presbíteros. Insistía en que no nos conformáramos con una praxis machista eclesial y cuestionaba: “¿Cómo puede ser fruto de la vida orante del cura que la mayor parte de las mujeres en su entorno estén para servirle, ayudarle, para subordinarse…?”. Bonet enseñó una espiritualidad de praxis sacerdotal para todo el pueblo de Dios. Llegó a ser un fundador reconocido por la autoridad eclesiástica católica. Su experimento eclesial se llama VERBUM DEI. Este cura insistía en que los cargos directivos los asumieran preferencialmente mujeres. Deseaba que, si Jesús la llama a ello, una mujer pudiera recibir el sacramento del orden sacerdotal algún día. A su vez, acompañaba a los varones para que integrasen este tipo de mando femenino y pudieran respetar a las mujeres cualificadas al servicio de la autoridad.
Hacer memoria de Jesucristo es peligroso, y es una gracia: Muchas mujeres han asumido su parcela de liderazgo en la Iglesia y reclaman más participación. Es el momento de dar las gracias a todo el movimiento de la liberación de las mujeres que inició esta larga marcha para apostar por la utopía real: la renovación de las mentes para dar más voz a las mujeres.
Angela Reddemann